27 jul 2010

Contra la guerra de clases


El presente artículo fue realizado, salvo algunos retoques, antes de que la crisis financiera permitiera los actuales recortes sociales que padecemos en los países del primer mundo y, por tanto, en algunas partes del mismo puede parecer algo desfasado. Sin embargo el trasfondo general sigue de plena vigencia y no se ha modificado el sentido último del texto. Aunque la primera parte, en la que se hace alusión a las comodidades de occidente y a nuestra situación como consumidores en contraste a la de los productores del tercer mundo, se ha modificado ligeramente con el actual contexto de crisis, en el que los mercados se han visto obligados a reestructurar los excesos especulativos del capital, el fondo de la cuestión permanece invariable. Así que ahí os van las siguientes reflexiones sobre la “guerra de clases”:


Me parece alucinante el observar que a día de hoy los que nos decimos revolucionarios continuemos analizando la sociedad del mismo modo que hace doscientos años. Hablamos de globalización, de nuevas tecnologías, de deslocalización de la economía o de desarrollismo depredador y sin embargo mantenemos unos análisis sociales acordes con las primeras etapas de la revolución industrial: proletarios, burgueses, guerra de clases y demás terminologías amojamadas y caducas de las que hace tiempo nos deberíamos haber desembarazado por el sumidero de la historia. ¿De verdad creéis que a día de hoy la guerra de clases juega el menor papel en el mundo desarrollado? ¿Es que no os dais cuenta que hace tiempo que las relaciones patrón/proletario se han deslocalizado, junto con la economía, a lo largo de todo el globo terráqueo? ¿Que ahora se trata de consumidores contra productores, estando todos los europeos inmersos en la categoría consumista y siendo el tercer mundo el encargado de producir a gran escala lo que nosotros debemos comprar?
Hace tiempo que el papel social de los ciudadanos de los países desarrollados no es otro que el de estúpidos consumidores compulsivos que, a base de adquirir más y más necesidades absurdas, demos salida con nuestras compras a los productos fabricados por la mano de obra semiesclava de los países del tercer mundo. Nuestro papel como productores a decrecido más y más en los últimos tiempos, desplazando nuestra capacidad laboral hacia el sector servicios o manteniéndonos en puestos de producción totalmente subvencionados por el estado, para hacerlos competitivos con el equivalente, infinitamente más barato, de los países subdesarrollados. Es por ello que la subvención de un día a los productores agrícolas del primer mundo equivale a todas las ayudas a la producción agrícola del tercer mundo en un año.
Desengañémonos, si fuese necesario nos pagarían un sueldo solo por existir a los súbditos de los países desarrollados con tal de que, de ese modo, siguiésemos consumiendo. El paro o las ayudas que en plan renta básica se conceden en los lugares más desarrollados del primer mundo no son más que la confirmación de dicha afirmación. Cualquiera puede vivir en Europa sin dar palo al agua, si sabe sacar partido de la administración, siempre que sea europeo claro esta. Incluso en Europa los trabajos más desagradables y que más se podrían comparar con el término “proletario” están destinados mayoritariamente a los extranjeros, muchas veces sin papeles, mano de obra barata y sin derechos a la que se puede explotar a conveniencia y repatriar cuando deja de interesar.
No quiero decir que en Occidente no existan las relaciones de explotación, claro está, estas son inherentes al sistema capitalista mismo y las podemos encontrar incluso entre los más altos estratos de la sociedad. La explotación recorre de arriba abajo toda la pirámide social, incluso entre el propietario de una empresa y su director general, y a su vez entre este y los ejecutivos. La explotación es consustancial al capitalismo, es su consecuencia ineludible. Yo no quiero decir que en Europa no estemos explotados, lo que quiero decir es que, a día de hoy, nuestro papel preponderante es el de consumidores y no el de productores. Sin embargo en el tercer mundo su papel continúa siendo el del productor clásico, el del obrero mal pagado, el de proletarios. Por lo tanto las relaciones de explotación extrema que antes se desarrollaban en cada país, ahora se han visto deslocalizadas hacia una dualidad entre países ricos y países pobres, países consumidores y países productores. Entiéndase que estos países productores no son dueños de su producción, que está en manos de las empresas de los países consumistas, pero sí son los que, de facto, la generan (aunque el final del proceso productivo se lleve a cabo por los profesionales “altamente capacitados” de los países ricos). Son los productores de las materias primas y la mano de obra barata que le da forma.
¿Qué quiero decir con todo esto? Pues que el trabajador de un país rico está mucho más emparentado con su jefe que con un trabajador de un país pobre. Su cultura es más parecida, así como su nivel de vida o su forma de pensar, a la de un empresario que a la de un proletario del tercer mundo. Sus hijos irán a la escuela y no trabajarán hasta pasados los dieciséis años (si acaso no estudiarán una carrera), tendrá derecho a la seguridad social e incluso podrá comprar acciones de una empresa que contrate niños esclavos en el sudeste asiático. Por lo tanto el trabajador moderno de occidente se parece mucho más al burgués gordo y con chistera del siglo pasado (que los obreristas gustan imaginar) que al obrero que trabajaba para él.
Por otro lado, continuar otorgándole al trabajo y a la producción un papel central en el desarrollo de nuestras vidas, como se desprende de las teorías marxistas de la guerra de clases, es poco menos que patético. ¿Por qué ha de ser el trabajo la piedra angular sobre la que se cimenta todo el edificio social? ¿No sería preferible una sociedad que priorizara la diversión o el bienestar individual sobre nuestra capacidad de transformar e intercambiar objetos? Yo prefiero una sociedad basada en el respeto a la naturaleza y en el disfrute del tiempo libre, y luego trabajar lo justo para hacer eso posible, en lugar de al revés, como se desprende del marxismo y del anarquismo filomarxista, que aun consideran la organización de los trabajadores como el centro neurálgico del hipotético futuro feliz.
Hasta que no nos desembaracemos de las concepciones marxistas de la “guerra de clases” no seremos capaces de articular nuevas teorías que nos permitan combatir con eficacia el capitalismo y la explotación en el primer mundo en su etapa actual.
El orgullo obrero es una gilipollez ¿Cómo se puede uno enorgullecer de ser un explotado? El que consiguiera vivir sin participar del circo capitalista, ese es el que debería estar orgulloso, y no el que contribuye a él y, aún por encima, en el papel del más pringado. Hablar de orgullo obrero es como hablar de orgullo de apaleado, o de orgullo de mujer violada, o de orgullo de encarcelado.
Por otro lado ¿Cómo esperamos acabar con la explotación del hombre por el hombre si nos sentimos orgullosos de ser una parte de la dualidad que la genera? ¿Cómo podemos abolir las relaciones de poder si aspiramos a un mundo proletario en lugar de a abolir el proletariado? ¿Cómo podemos aspirar a la gestión obrera del mundo cuando es nuestra condición de obreros la que nos convierte en esclavos? No tiene ningún sentido cambiar el sujeto de la explotación. Tampoco tiene sentido mantener las estructuras del capital, ni siquiera de forma autogestionada, pues sólo conseguiremos autogestionar nuestra propia explotación. No se trata de una guerra de clases, sino de una guerra contra las clases, por la abolición de las clases y, sobre todo, para cambiar el rumbo ecocída y depredador del mundo.
Intentar la autogestión de los actuales medios de producción del mundo sería absurdo a la par que irresponsable. ¿Acaso pretendemos seguir produciendo toda la ingente cantidad de artículos estúpidos e innecesarios que colapsan los mercados mundiales, aún haciéndolo de forma autogestionada? ¿Vamos a autoorganizar un montón de empleos que sólo sirven para destrozar el mundo y hacerlo un lugar más alienado, sucio y explotado? Porque os recuerdo que la inmensa mayoría de trabajos que existen a día de hoy no servirían para absolutamente nada en un mundo mejor, por lo menos en lo que al primer mundo se refiere.
El proletario hace siglos que le arrebató al artesano el control de la producción, y no precisamente en beneficio propio, sino más bien en el del capital y del patrón. El capitalismo convirtió al artesano en proletario para despojarlo del control de la producción, para obligarlo a ser un autómata, una pieza de una máquina de fácil substitución. A día de hoy ya ni proletarios somos, una nueva vuelta de tuerca, con la deslocalización de la producción, nos ha convertido en acomodados consumidores a los trabajadores de los países ricos. Que el pueblo controle su propia prisión no lo convertirá en libre, para eso tendrá que destruirla.
Es imprescindible replantearnos las viejas ideologías, en función de las nuevas realidades económicas y sociales, para poder realizar un análisis eficaz del moderno escenario de la lucha. Para plantar cara al sistema de dominación y depredación del entorno se hace necesario un nuevo enfoque.
Nuestra capacidad productiva ya no es tan importante en el primer mundo como nuestro endeudamiento, personal y colectivo, o nuestra capacidad consumista. No es nuestra capacidad de producir objetos lo que demanda el sistema, sino nuestra capacidad para comprarlos. Ya no es tan importante nuestra explotación como productores (de sobra cubierta por los obreros del tercer mundo) como nuestra capacidad de endeudamiento personal, sojuzgando nuestras vidas a merced de los bancos, para satisfacer el consumo de la ingente oferta de un mercado en perpetua expansión. No se trata tanto de crear productos como de comprarlos, puesto que un producto que nadie compra no tiene ningún valor en un mundo para el que la especulación financiera se ha convertido en máximo acicate.
¡Claro que somos y seremos explotados! Eso no nos lo quitará nadie mientras exista el trabajo asalariado, pero ahora, además, somos manipulados como eternos compradores de productos absurdos e innecesarios. Ese es el papel que nos depara el capitalismo del siglo XXI a los modernos esclavos del primer mundo. Compradores compulsivos que ya no trabajan doce horas diarias puesto que necesitan más y más tiempo para poder comprar. Ir del trabajo a casa y de casa al trabajo no nos permite parar en los inmensos centros comerciales que inundan nuestras urbes, ni navegar por Internet como clientes perpetuos de mil ofertas de ocio virtual que disparen los mercados de nuevas tecnologías.
Desengañémonos, más que trabajadores, hoy en día, en occidente, somos zombis consumistas esclavizados por eternas hipotecas. Hedonistas despilfarradores generando dinero a golpe de endeudamiento. El proletariado malvive en el tercer mundo fabricando nuestras zapatillas deportivas y nuestras tarjetas de crédito.

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